lunes, 6 de agosto de 2007

Iron & Wine, The Shepherd's dog - Hierro y vino (en las venas)


R: Empecemos con una declaración de intenciones: lo mío con Iron & Wine jamás podrá ser objetivo. Por múltiples razones. Pera, para empezar, porque es uno de esos pocos artistas que me agarran de las paredes del estómago y estiran hacia la boca de mi garganta. Lo que viene a decir que escuchar los discos de Sam Beam, para mí, es algo bastante visceral: como si este hombre escribiera las canciones que yo escribiría si tuviera una mínima idea de música. Pero la cosa no se queda ahí: más allá de lo subjetivo, los directos de Iron & Wine son exquisitos (al menos el que nosotros degustamos, eh, Estela?) y cada nuevo disco es una celebración de calidad y buen gusto. ¿Que es muy folkie? Sí señor. Claro que sí. ¿Y quién ha dicho que yo no sea muy folkie?

E: Sigamos con otra declaración de intenciones: lo de Iron & Wine no puede ser objetivo para nadie. Precisamente porque como describe Raül (ya veréis, es único describiendo cosas que vosotros nunca podríais plasmar en letras) la música del señor Beam se cuela por todas las rendijas posibles de tu cuerpo de la forma más dulce y evocadora. No vale la pena hacerse pajas mentales intentando justificar los múltiples detalles que hacen de cada disco una bonita pieza de orfebrería emocional. The Shepherd´s dog sigue en la línea de sus anteriores producciones, con piezas más elaboradas y arregladas que lo distancian un poco de la sencillez de las composiciones que incluía, por ejemplo Our endless numbered days. Mis favoritas White tooth man y House by the sea, esperando a que llegue el momento de poder disfrutar de la música de este hombre en directo, que sí, es magnífico. Y eso que a mí no me gusta el folk.

R: Obviando ese imposible "a mí no me gusta el folk" de mi compañera (¿a quién no le gusta el folk? ¡el folk es tu amigo! ¡todos somos folk!), no me sorprende que reseñe la que posiblemente es al mejor canción de The Shepherd's dog: House by the sea, un dulce opus in crescendo en el que se advierten las intenciones poco ocultas de Sam Beam. Tras su fructífera asociación con Calexico (quienes entienden un buen rato de multi-instrumentación), parece ser que Iron & Wine ha decidido abandonar la desnudez en la que se basaban sus composiciones para arroparse con unos arreglos exuberantes pero nunca cargantes. En las nuevas canciones se advierten capas y capas de sonidos (instrumentalización de raices típicas, nunca tópicas), pero son sonidos que nunca están de más, sino que se trenzan con la voz de Beam para dibujar paisajes de contornos difusos, mañanas de bruma, noches de calor y ventanas abiertas... Aun así, sorprende la suavidad de la evolución del sonido de Iron & Wine: Our endless numbered days es el punto medio perfecto que va desde las esqueléticas composiciones de The Creek Drank The Cradle hasta la pletórica abundancia de The Shepherd's dog. Y es que esto es precisamente lo que diferencia a un buen músico de uno mediocre: que pueda seguir explorando en su propio sonido sin resultar aburrido. En mi caso, y ya que Estela ha hecho su lista de preferidas, tengo que decir que me quedo con House by the sea, Resurrection Fern, Boy with a coin, Flightless Bird American Mouth y White Tooth Man. ¿Que son muchas? Bueno, iba a poner los nombres de las doce canciones que componen el disco, pero entonces Estela dejaría de llamarme folkie para llamarme baboso.

E: (Esto es una postdata...¿por qué todos los artistas folkies llevan barba y camisa de cuadros? Y en base a eso, ¿por qué nunca ninguno se ha atrevido a hacer una versión del I´m a lumberjack de los Monty Python, si ahí está toda la esencia de los artistas (masculinos) del folk?)


R: (Ahora que lo dices... barbas y camisas de cuadros... si le quitas el folk, es la escena de osos gayers!! El problema es que los folkies están todos escuchimizaos...)

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