jueves, 17 de enero de 2008

Iron & Wine. Sin palabras.

music4girls se justifican: "Esta foto no es del concierto de Barna
porque no llevábamos cámara... pero sirve para hacerse
una idea del estilismo actual de Sam Beam. ¡Barbas rocks!"


R:
Empecemos con el tirón de orejas a Iguapop (o como quiera que se llamen ahora): Iron & Wine no es un concierto programable un lunes con la amenaza (y luego certeza) de acabar a las 12 de la noche. Pero, bueno, que estando enganchado al The Shepherd's Dog, ¿cómo no pagar ese peaje? Ahora sigamos con lo bueno: todo lo demás. A estas alturas, Sam Beam ha quemado los cartuchos del concierto intimista en sala pequeña (ya lo disfrutamos en ese format en el Sidecar hace tres años). Ahora toca ir a otra cosa, y esa "otra cosa" apunta hacia la misma dirección que su último álbum: si en The Shepherd's Dog la instrumentación se multiplica exponencialmente para arropar lo que antes era un esqueleto despojado, el directo no podía ser menos. Se apagan las luces y salen al escenario cinco músicos a los que se suman Beam y su señora hermana (violín y coros). El público se sume en un silencio pocas veces disfrutable en la sala Apolo. Y empieza el espectáculo: una montaña rusa arrebatadora con marcados puntales. ¿Para mí cuáles fueron aquellos puntales? Dejadme enumerar: 1. Cinder & Smoke llevándome al límite de las lágrimas públicas, 2. Sodom, South Georgia y su grand finale, 3. Woman King revelando unas posiblidades contenidas en la versión de estudio y, sobre todo, por encima de todo, 4. el final apoteósico-lacrimógeno protagonizado por ese dueto asesino que fueron Resurrection Fern y Flightless Bird, American Mouth. Todo aderezado con un bis lloroso y acústico en el que se desbrozó In the reins, con uno de los Calexico comandando el ubicuo lap steel y con Sam Beam demostrando que su voz es única a la hora de envolverte y dar calor. Como haría una manta, sí. Pero yo estaba pensando más en como haría tu madre cuando eres un niño.

E: Nadie mejor que Raül para expresar toda la emotividad del concierto (¿no se os ha encogido el estómago leyendo lo del "dueto asesino"?) y como cualquier cosa que pueda decir yo no va a hacer sino complementar lo dicho por él, me limitaré a apuntar un par de cosas. En primer lugar la coherencia de la puesta en escena de The Sheperd´s dog. Porque hace tres años, en la sala Sidecar vimos un concierto muy distinto en forma (que no en espíritu). Aquel día Sam Beam presentaba Our endless numbered days, un disco de folk desnudo y sencillo valiéndose de su voz, su guitarra y los coros de su hermana. Sidecar es una sala pequeña, y aquella humide escenifación dotó al concierto de un intimismo sublime y maravilloso. Muchos de los que estuvieron el lunes en Apolo esperaban algo parecido. Pero no fue así. The Sheperd´s dog es un disco mucho más mélodico y arreglado que los anteriores y su directo tenía que ir en esta línea. Y lejos de ser un punto negativo, la novedad de todo el acompañamiento lo convirtió en un espectáculo emotivo, potente pero dulcísimo en todo momento. Las canciones del nuevo disco sonaron plenas, sin fisuras y arrolladoras, y aquellas que pertenecían a discos anteriores ganaron en intensidad. Son estas cosas las que hacen que valga la pena ir a un concierto, el que te sorprendan y te ofrezcan las canciones con el mismo esqueleto pero con diferente ornamento. En segundo lugar valorar la humildad de los que estaban en el escenario. Se ve que Beam es un tipo tímido, se refugiaba en su guitarra y en sus letras y nos permetía disfrutar de su intimidad y de su música de la forma más natural que le era posible. Y en tercer lugar el público. Raül ya lo apuntaba un poco más arriba. En todo momento hubo respeto y admiración hacia los que tocaban y eso acabó de formar un ambiente que pocas veces tiene una de disfrutar en un directo. Ya tenemos uno de los conciertos del año.

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